sábado, 19 de diciembre de 2009

Dos cultores del género negro

Entrevista a Leonardo Oyola y Carlos Salem en ETERNA CADENCIA

Carlos Salem y Leonardo Oyola conversan sobre los intereses, placeres y sinsabores de la tarea del escritor. “Para mí escribir es casi mejor que el sexo”, dice Salem. “Los escritores somos criaturas frágiles”, dice Oyola.

Por P.Z.



Faltó la cerveza. Una tarde calurosa bajo una sombrilla en la terraza de la librería, una conversación animada sobre literatura: faltó la cerveza.

Carlos Salem y Leonardo Oyola se conocieron cuando el sello Salto de Página editó casi en simultáneo las novelas Camino de ida (de Salem) y Chamamé (de Oyola). Un año más tarde esas novelas compitieron en la Semana Negra de Gijón. “Íbamos a perder pero a divertirnos –dice Salem–, y al final ganamos los dos.” Oyola confiesa que ya la posibilidad de volver a España era el premio en sí mismo, “pero la noche anterior te agarra ansiedad: ya que estoy acá quiero ganar”.

Las alegrías de Gijón y la contigüidad literaria forjaron una amistad a la distancia (Salem vive en España desde 1988; el aquí y el allá en su discurso es un lugar difuso) que se alimenta de breves encuentros y correo electrónico. En el reciente viaje a Buenos Aires, Salem y Oyola pasaron por Eterna Cadencia para una realizar lectura pública. También agendamos una entrevista a Salem, que derivó en una conversación entre amigos con un grabador encendido. Una conversación sobre las claves del policial negro.

Mi tarea fue sencilla: sostener el diálogo con lineamientos más bien amplios y disfrutar el momento. Así que ahora me corro y los invito a que disfrutar también del diálogo. Y si pueden, destapen las cervezas que a nosotros nos faltaron.

Policiales

Salem: Escribo novelas rosas. [Risas]

Oyola: Es un chiste interno porque Carlos ganó un premio de novelas románticas.

Salem: Estaba sin un mango. Sale en enero, pero no es romántica rosa: es urbana. Se murió Corín Tellado y todos mis amigos ahora me dicen que soy el heredero. ¡La concha de su madre!

Oyola: A mí me hizo muy bien hablar de los géneros como híbridos. No podés decir que sea marcialmente policial. Me sirve pensar la estructura como un policial, pensar las reglas que tiene un policial. Si después las rompés tiene que estar justificado por la historia. Lo básico es la historia. Siempre digo eso: el esqueleto del policial y después lo que la historia pida.

Con la saga de la Víbora Blanca para Negro Absoluto tenía miedo de que al entregar Santería, la jefa y Juan Sasturain me sacaran cagando. “¿Qué te pensás que sos, la Rowling, que podés dejarlo abierto y vas a poder tener continuación?”. Pero además, yo veía que la historia me pedía no sólo coquetear con lo fantástico, sino meterme en lo fantástico.

La otra manía que yo tengo es tener una estructura antes de arrancar. Las canciones, las cartas, el rezo del Rosario. Todo eso. Cuando le encuentro eso ya está.

Salem: El resto sale solo. Si me preguntás, te digo que Hacé que la noche venga es una novela negra. Aunque acá se haya dicho que era un western, que Leo escribe como si Borges no hubiera existido, un montón de boludeces a mi juicio –lo puedo decir: cuando los que escribimos no tenemos nada que escribir, escribimos sobre cómo escribir y ahí la cagamos porque los que escribimos tenemos que escribir; o a lo mejor necesitamos comer y eso es lícito–. Para empezar trae un homenaje a la primera novela negra de la historia que es El crimen de la calle Morgue de Poe. El me dirá que no, pero para mí es así como lector. Entonces, si estás homenajeando a la novela fundacional del género, lo es. Hacé que la noche venga es una novela negra y muy buena.

El tipo más groso que ha habido en novela negra en nuestro idioma es Manuel Vázquez Montalbán. Es el único capaz de hacer un detective que fue agente de la CIA, que estuvo preso por comunista, que mató a Kennedy y que ahora es detective en Barcelona. ¡Y vos te lo creés!: el tipo es un genio. El decía una cosa que aprendí y no me lo olvido: hay que conocer los límites de los géneros para saltárselos.

Yo soy un amante de la novela negra y no un novio formal, porque está demostrado que soy mejor amante que marido. Sé todo, me encanta todo: me encanta Chester Himes, me encanta Jim Thompson. Luego lo hago a mi manera, porque estoy envenenado por Soriano, por Oyola, por Sasturain. Se te pegan.

Yo trabajo con detectives. En mi tercera novela hay un detective, pero el detective tiene que ser mi detective. Yo soy súper chandleriano, soy fanático de Chandler, pero Chandler decía que la novela negra es la novela del mundo criminal y ahí difiero. También podés tener una novela de un tipo normal como cualquiera de nosotros que se ve en una situación límite y empieza a hacer cosas límites. Aunque naciera así, la novela negra no es sólo la novela de los bajos fondos. Para mí es una novela de situación límite y una novela muy de personaje. En todos mis libros aparece un .38 oxidado. No me preguntes por qué. Mi viejo tenía uno.

Oyola:
¡Te debe haber apuntado más de una vez!

Salem: No lo puedo contar en una entrevista: cuando apagues el grabador te explico qué hice con ese .38. Es un recurso. Por ejemplo, me joden con lo de la novela rosa. Con estas no me joden porque dicen que son negras, pero mis novelas son siempre de segundas oportunidades, de gente que está jodida, de gente que ha pasado los 40. No hay una estética del perdedor: los perdedores también tenemos derecho a ganar.

**
El axioma de Spiderman 2

Oyola: Los dos anchos bravos de Carlos son el humor y el manejo el erotismo. Lo que me gusta de sus personajes es algo que excede a los libros. Vos podés tener tipos con la capa caída, perdedores, pero llega un momento, ya sea porque están hasta acá de mierda, que dicen “esta no la voy a dejar pasar”. Creo que eso los hace extremadamente humanos. Más allá del morbo de espiar situaciones límites o mirar cosas que uno no se animaría a hacer en una rutina aparentemente inalterable, en la novela negra terminás hinchando por los personajes genuinos.

Salem: Bah, tampoco estoy reflexionando: yo escribo lo que me gusta. Después por debajo va lo que tenés en la caja negra. Pero, por lo general, el perdedor es un tipo amoral que va destinado a ser el regador regado. En Ni el tiro del final de José Pablo Feinmann –que me encantó– el tipo te da pena porque sabés que va a perder y sin embargo querés que pierda porque es un boludo. Los míos son casi al revés, son tipos con elementos más o menos despreciables, pero no más que vos o yo, y en un momento dado se dan cuenta de que su vida es una mierda, una mentira y reaccionan de una u otra manera, pero para nada heroica o brillante.

Oyola: Hay una complicidad tácita con el lector. Lo que hace Feinmann en Ni el tiro del final es genial, porque tenés el relato de la mina que es un fast forward y sin embargo, creo que todos, seguimos al narrador, al pianista, porque sabemos que van a cagar al tipo, pero querés ver si va haber una vuelta de tuerca, si va a poder seguir adelante o no.

Con esas situaciones me pasa lo que llamo “el axioma de Spiderman 2”. ¿Viste Spiderman 2? Tiene una escena genial. Así como Carlos tiene el libro Yo lloré con Terminator 2, yo lloré con esa escena. Spiderman se está cagando a pongazos con el Dr. Octopus en el tren. Spiderman le va ganando. Entonces, qué hace el otro: como todo villano invitado, rompe el freno y Spiderman deja de pelear para salvar a la gente. Hace todo lo imposible para detener el tren. Ves el esfuerzo inhumano y en ningún momento dudás que lo va a frenar, pero estás clavando los talones en el cine. Es hermosa la secuencia cuando se desmaya y toda la gente lo lleva al interior. Ahí también hay algo de lo que hacemos nosotros con respecto al género negro y al policial. Cuando Spiderman está desmayado viene el Dr. Octopus para llevárselo y la gente se le pone en frente porque dicen “Spiderman nos salvó, tenemos que tratar de ayudarlo”. Entonces el Dr. Octopus dice “cómo quieran” y los hace cagar. Es genial el primero, un gordo que es una masa, pero traga saliva porque sabe el Dr. Octopus lo va a hacer mierda.

**
El género, buena palabra


Salem: Es que híbrido no es una disculpa, es un análisis de la realidad. Yo no voy a hacer una novela de Marlowe porque ya están hechas. Como soy un boludo envenenado de Soriano y otras cosas me sale lo que me sale, se hibrida. Peor están los que hibridan del otro lado, los que el editor les dice “hasta que tengas una novela buena, por qué no te hacés una novelita negra”. Porque se creen que es como el traje negro que está en el armario y sirve para todo. No, boludo, hay que conocerlo, respetarlo y quererlo.

Oyola: Es la posibilidad de poder explorar ciertas cosas. Lo que me gustaba de la saga que propuse para Negro Absoluto era que hablaba de lo que yo veía cuando era pibe. Iba a misa porque mi vieja me agarraba con dos dedos como pinzas y de repente en una lectura te contaban la historia de Sansón. Qué bueno que te crezca el pelo y los hagas cagar a todos. Empezás a flashear con todas esas historias.

En el caso de la saga de la Víbora Blanca hay un componente real en los lugares donde ellos se mueven, pero me gustaba era llevarlo a ese aspecto tipo las cartas de Tope y Quartet. Qué onda San Jorge contra San La muerte. Fue eso, llevarlo a ese nivel lúdico. Hay gente que leyó Santería y le gustó mucho, como así también hay pibes muy chicos, muy respetuosos cada uno de su patrono, que me decía que me había ido a la mierda. No creo que haya sido irrespetuoso, sino lo que quise fue jugarlo así, en esa historia.

Salem: Yo estaba destinado a escribir novelas con algo de policial siempre. A mí me sirve para contar la historia que me gusta contar. Las historias que me gusta contar no son demasiado extravagantes, sino son de gente normal puesta en situaciones extravagantes. El género me sirve para saber cómo cuento lo que quiero contar.

En Camino de ida empecé con la idea de contar la vida de un tipo apocado, mierdoso, que nunca se decidió, que para mí era un miserable y de golpe me cayó bien. Le puse tres pruebas y las pasó. Me di cuenta que era más parecido a mí y a muchos que me iban a leer. Y terminé hablando de la segunda oportunidad, de la amistad.

El policial me gusta. Se aprende más de la posguerra norteamericana leyendo a Chandler que leyendo a otros. La generación beat me gusta y En el camino de Kerouac me parece un libro súper lindo, porque el boludo ese debía escribir bien hasta la lista de la compra. Pero como novela, como artefacto, no me deja nada. Es la historia de un nene pijo –cheto como se dice acá–, que cuando se le acaba la guita le pide a la abuela y que está enamorado de su amigo pero nunca dice que se lo cogió. Alguna vez en España me han querido pegar por decir esto. Ahora, el tío te cuenta tan bien todo eso que ese libro sobrevivirá por siempre. Técnicamente para mí es una mala novela, pero como lector la he leído tres o cuatro veces. En cambio lo del Gordo Soriano lo he leído 20 veces.

Pero además te digo una cosa, la gente dice que si hay un holocausto mundial lo van a heredar son las cucarachas. En realidad, los que lo van a heredar son las etiquetas: para nosotros, que hacemos reseñas y críticas, es muy fácil etiquetar. El problema es que las etiquetas van a gobernar el mundo, las etiquetas no se pegan ni en la sangre ni el sudor ni en las lágrimas ni en el semen. Yo siempre dije que si no fuera muy tímido sería actor, y sin embargo me pongo en pelotas en cada novela. Un actor todavía tiene la excusa de decir la letra la escribió otro.

Oyola: Estoy de acuerdo. Como escritor uno se pone en pelotas. Y es verdad, nosotros nos exponemos. Por eso las posturas y los personajes y lo que sea: aprendí que los escritores somos criaturas frágiles. ¡Nos pueden romper tan fácil! Una crítica mala leche, un comentario anónimo en internet jode. Jode porque vos te estás exponiendo.

**
Épica

Salem: Yo trabajo una épica de barrio, de la vuelta a la manzana. Tengo un poema que dice que mi búsqueda del final del universo nunca llega más allá de tres baldosas. Para mí el valor del héroe, o el detective o el protagonista de una novela negra amplia, no es que sea un superhombre, es que ese tipo es el vecino de al lado que hace lo que a vos te gustaría hacer pero no te atrevés.

Oyola: Tal cual.

Salem: A lo mejor no puede matar ni meter preso al rico, pero le pincha la rueda del coche o le coge a la novia. Le moja la oreja. Es una épica chiquita. Como decía Cassius Clay, la vida es piña va, piña viene, piña viene, piña viene, piña viene, pero cuando va, ¡fue! No sé: es la épica de todos los días.

Oyola: Un tipo que se levanta a las seis de la mañana para ir a laburar: ahí hay épica.

Salem:
En Matar y guardar la ropa, el tipo será muy entrenado, pero recién salta cuando le tocan sus hijos. No es un superhéroe: la sigue cagando, pero salta. Ahí se vuelve una máquina. La clave de esa novela es que el lector sabe al empezar que este tipo mató a 15 personas, porque su trabajo es matar gente. Hasta ahora no he encontrado un solo lector que quería que él perdiera. No te voy a contar cómo termina, pero todo el mundo me decía que no quería que él perdiera. ¿Cómo que no, si mató a 15 personas el hijo de puta? Esa es la clave.

Yo manejo emociones simples que son las que yo tengo. Soy un tipo muy primario. Ahora si lo hacés en plan para emocionar a la gente… Yo creo que los trucos de emoción que valen son los te emocionan a vos, el truco vale porque a la gente le pega la magia. Es como las películas: yo siempre digo que a un tipo que no se le hizo un nudo en la garganta cuando vio por ET por primera vez no le compres un coche usado porque es un hijo de puta, no le presentés a tu hermana. Yo sabía que el bicho se iba a salvar, pero se me caían los lagrimones. Y hablamos de Spielberg, no de un gran creador. O sea: a mí no me preocupa que me manipulen las emociones, pero con respeto a mi inteligencia. Yo hago lo mismo con los lectores.

Luego, una última pastillita: tengo amigos que hacen bestsellers, dignísimos, muy buenos, y además se forran, pero no hago bestsellers porque no quiero trabajar en un molde. Quiero trabajar en el molde que me salga. Escribo libros para que disfruten desde cajeras de supermercado hasta catedráticos de literatura. Y si los catedráticos de literatura no se divierten, pues que tomen viagra. Trato de hacer las cosas con dignidad. Tengo la suerte de que en este momento a algunos catedráticos les están gustando. Y si a alguno no le gusta, que se compren una viagra y se ponga feliz.

Oyola: Es como cuando estuvimos con Martín Kohan y con Johnny [Juan Terranova] en la Cadencia del asunto, que Johnny dijo “yo sé para quién escribo” y le retruqué que no me parece que está bueno dejar a nadie afuera de la fiesta.

Salem: ¡Nunca!

Oyola: Tampoco pensar “estoy escribiendo para la mayoría”.

Salem: Yo escribo para mí, pero no para que se me ponga dura. Yo escribo para mí pensando que otra gente lo va a disfrutar como lo estoy disfrutando yo. Para mí escribir es casi mejor que el sexo. Casi. Y cuando no se me ocurre nada me dedico a lo otro. O a leer: seguramente escribo cuando me divierto más que leyendo. Escribo porque me divierte.

Lo del público es muy relativo. Lo que no quiero hacer son esos párrafos para gustarte mucho. Tengo cajas enteras que no voy a publicar en la puta vida. En España y Francia, aunque son novelas protagonizadas por tipos, la mayoría de mis lectoras son mujeres, porque entienden muy bien ese tipo de código y lo valoran. No lo ven como una cosa machista. (Tené en cuenta que en Camino de ida, a Octavio le crece la pija cuando muere la mujer. Mis editores estaban cagados con las periodistas y sin embargo en Francia les ha encantado, se lo toman como un guiño).

Yo quiero llegar a que me lea un chino y se cague de risa. Si veo eso me puedo morir feliz. Yo tengo tres o cuatro teorías estúpidas. Una es que si vivís suficiente tiempo en cualquier lugar, París, Londres, Buenos Aires, te acabas dando cuenta que toda ciudad es provinciana. Si vivís mucho tiempo en Buenos Aires la empezás a ver provinciana comparada con París. Conozco gente que ha vivido mucho tiempo en Nueva York y para ellos es provinciana. Quiero decir: no hay ciudades grandes, se nos hacen grandes cuando estás fuera. Quiero decir: hay un código universal que no hay que fabricarlo, no hay que bajar el listón.

Soldati [uno de los personajes principales de Camino de ida, un chanta] es el argentino que yo no quisiera ser y que por suerte quedan cada vez menos. Antes en España veías llegar gente que con carnet de vivo bajo el brazo. El mejor piropo que te decían era “para ser argentino eres buena gente”, porque había mucho garca. Después del 2001, los que empezaron a llegar desde la Argentina eran de otra calidad de gente. Gente que llegaba para aprender. Eso hizo un cambio en la aceptación del argentino en España actualmente. Garcas siempre va a haber pero antes eran nueve Soldatis contra uno normal y ahora casi es al revés.

En Francia fue otra cosa: simplemente les gustó. Hay una cosa universal con Octavio [el protagonista de Camino de ida]: ¿quién no ha sido un tipo que se cagó una vez o dos? Hay gente que se aguanta toda la vida. Octavio está basado en el personaje de Las puertitas del Señor López. Partí de ahí y después cobró vida. Vos le das la ocasión y el tipo se juega los pantalones. Como los partidos de fútbol que relato ahí: cuando el jugador se olvida que su rodilla vale 90 millones de euros se la juega. Hace el gol o no, pero todo lo demás no importa: es un pibe con las medias caídas. Y Octavio vuelve a ser un pibe que quiere tocar el piano.

Oyola: Creo que todos buscamos segundas oportunidades. El que no está conforme con su vida, el que está hastiado de la repetición invariable. En Hacé que la noche venga el personaje emblemático es el ingeniero Manzotti que dice yo estoy laburando, hago la mía, pero estoy cansado de ver esta mierda.

Salem: Es el que dice “no”.

Oyola: Hay un punto de inflexión –para todos, no sólo en lo que hacemos Carlos y yo– que es la muerte de alguien cercano. Eso te conmueve, te muestra la finitud de la vida, el paso del tiempo. Ahí es donde hacés un balance inevitable. Son frases hechas, pero, mal que nos pese, hay que admitir que en definitiva todos somos de manual. ¿Los gustos en vida? ¡Sí! ¿Conocés a alguien que haya vuelto? Laiseca dice que sí y que le avisaron que del otro lado no hay cervezas ni tetas, entonces aprovecha acá.

**
Frases sueltas

Salem: A Leo le encanta el western, yo lo detesto aunque lo mío también es western: siempre hay un duelo al final y no importa un carajo que todos los del pueblo estén escondidos esperando si te matan los malos.

Oyola: Carlos me sacó la ficha, yo no lo había visto: la mayoría de lo que escribo habla de la amistad. En el caso específico de Chamamé, al Perro le jode que le hayan afanado la mina, pero lo que más le jode es que se lo haya hecho el amigo, el tipo al que él le confiaba la espalda.

Salem: Yo creo que no se escribe ficción para inventar la realidad, sino para escribir una ficción que la gente pueda leer y sea feliz. Cuando digo feliz: se puede ser feliz llorando. Cuando alguien me dice “me cagué de risa con tu libro y luego lloré dos capítulos después”: bien, porque te pasó lo mismo que a mí. Cada uno cuenta como puede mientras quiera contar una historia. Cuando leo una novela quiero que me cuenten una historia, que me lleven de paseo. Y queda en mí si me bajo en marcha o llego hasta el final. Y de momento, espero que la gente no se baje en marcha de las mías.

Oyola: Todo lo que nosotros escribimos es incompleto y el círculo cierra cuando lo leyó alguien desconocido. Por más que nosotros seamos los autores no somos quienes para desautorizar al que nos leyó. Por eso nunca refuté una crítica negativa y agradezco los comentarios positivos. Pero realmente uno se expone: es como salir a la lluvia sin palabras.


Texto en el orginal en:

http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=5808

No hay comentarios: